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sábado, 19 de diciembre de 2020

Un retrato: Alicia




 


Voz cantarina y ojos brillantes, con la luz de las estrellas, guarda en un cuerpo menudo la sabiduría de las brujas blancas… Leyendo los secretos de los planetas y las constelaciones o cantando, Alicia convierte el mundo en un relato de magia; con su sonrisa acaricia el alma y te conforta. Hechicera, conjura el bien y al alba siembra el cariño que cosecha, al caer el sol. Campanillas y cascabeles resuenan en su alma, sensible y grande… Porque Alicia, eres única, hada y cantante; madre y maestra, intérprete de los astros, arco iris en un mundo gris, y nos regalas lo mejor de ti.




Amalia N. Sánchez Valle

domingo, 13 de diciembre de 2020

Un bel di vedremo

 


A veces parece que todo es una pesadilla, un mundo más propio de una distopía, que de la realidad, pero no lo es... Las mascarillas son reales, la pérdida de lo que éramos antes, de los abrazos, de la libertad de movimientos, de una vida en la que no sabíamos que éramos felices. 

Mi sensación de pérdida me pesa sobre los hombros; por supuesto, lucho para seguir adelante y no que terminen por robarme lo poco que queda de libertad y me aferro a las cosas que significan algo para mí, como cantar, como una expresión de mi yo, pues no sería yo misma si no tarareara una canción mientras trabajo, cuando camino por la calle o por los pasillos del supermercado, ni tampoco si dejara de calentar la voz antes de grabar una canción ante el espejo. Mientras me enfrento a mis miedos, a las notas agudas, a esa letra que a veces se olvida, pienso en quienes han compartido conmigo ensayos y conciertos; recuerdo los nervios previos a salir al escenario, las risas, las bromas, los abrazos y sobre todo, recuerdo a mi gran apoyo, quien me escucha y me comprende, como esa alma gemela que nunca pensé que encontraría. Esa amiga que, con una sola mirada, me dice tanto, me recuerda que mejore mi postura y ríe y llora conmigo. No necesito ni decir lo que siento, porque lo intuye. 

Y sí, volveremos a ensayar juntas, como antes de esta distopía. Volveremos a reír y a preparar conciertos, y tú me dirás que hay una canción que te gustaría cantar, y yo me apuntaré, porque a mí también me encantará. Vendrán días mejores; echaremos la vista atrás y nos parecerá imposible haber vivido el aislamiento. Y como siempre, nos miraremos en el ensayo, desde un extremo a otro de la fila, y las dos sabremos lo que piensa la otra. Así son las amigas, mi querida Marion. Un bel di vedremo... Y ojalá sea pronto.





Amalia N. Sánchez Valle

domingo, 15 de noviembre de 2020

Cinematógrafo (relato)



La oscuridad de la sala contrastaba con la luz de aquella mañana de mayo. Las paredes estaban cubiertas por grandes cortinas negras, salvo una, cubierta con lienzo blanco. Varias filas de sillas habían sido dispuestas ante aquella tela nívea y detrás, en el centro, una especie de caja, sustentada sobre un trípode, parecía ser el proyector de las fotografías en movimiento de las que nos habían hablado. Por mucho que lo pensara, no podía imaginar que una simple fotografía, como todas las que había visto en mi vida, pudiera moverse. Me parecía una quimera. Pero yo no era el único periodista al que habían encargado escribir sobre el invento del que tanto se hablaba, el cinematógrafo. Si ese ingenio de los hermanos Lumière tenía éxito hoy, los demás madrileños podrían contemplar con sus propios ojos aquella novedad. 

Si lo pensaba bien, yo era un privilegiado, porque iba a presenciar, junto a ilustres invitados, como el Embajador de Francia, el estreno, en el Hotel Rusia. No era como escribir la crónica del hallazgo de un cuerpo junto al Manzanares, el paso del ganado por la Cañada Real o el robo en el colmado de la esquina. Tal vez era cierto lo que se decía sobre ese invento que permitía ver fotografías en movimiento, y aunque yo era escéptico, mi profesión me obligaba a mantener la curiosidad ante cualquier acontecimiento. Eso es lo que me había llevado a buscar un trabajo en un periódico...

El hotel Rusia era un lugar distinguido para tan insólito acontecimiento; no era un teatro, pero Monsieur Alexandre Promio se había tomado muchas molestias para que todo fuera un éxito, alquilando aquella sala y todas las sillas necesarias para acomodar a todos los testigos de la exhibición. Saludé a mis compañeros de profesión con un gesto. Nos habían acomodado en la sala, inusualmente oscura, para poder dar testimonio de la primera proyección del cinematógrafo. Me pareció adivinar en sus caras la misma confusión que yo mismo sentía, ocupando una silla de la última fila, mientras los invitados más ilustres ocupaban las primeras, envuelto todo en esos cortinajes negros y pesados, en contraposición con el lienzo blanco. 

Estaba preguntándome cuándo empezaría el evento, cuando apagaron las luces y un sonido me sorprendió. Miré hacia atrás y el aparato del que iban a salir las fotografías en movimiento, se iluminó y un hombre movía una manivela. Esa luz, en la que flotaba el polvo, me hipnotizó por un momento y cuando miré hacia el lienzo blanco, no pude reprimir una exclamación de sorpresa, con la imagen de un tren. Se movía, realmente se movía... A mi alrededor todo eran expresiones como "es imposible, no puede ser", otros se mantenían en silencio, con la boca abierta, sin poder dejar de mirar esas imágenes tan reales, intentando decidir si estaban soñando o no, y todos intentábamos mantener la compostura, resistiendo la tentación de acercarnos a las imágenes que se proyectaban ante nosotros. Hombre y mujeres caminaban muy deprisa, junto al tren, que se había detenido. Eran tan reales, solo que en blanco y negro. Después pudimos contemplar el mar, desde una sala, en Madrid. Era algo inaudito ver el movimiento de las olas. Yo solo había estado una vez en la orilla del mar y recuerdo que me llamó la atención el olor y el sonido, que me resultó relajante. Ahora no necesitaba viajar para verlo. Quién sabe cuántas cosas más podrían hacer con ese invento, que me estaba resultando fascinante. 

No era el único que miraba fijamente la pantalla; los comentarios eran elogiosos y las exclamaciones se sucedían, según iban cambiando los cuadros, del paseo por el mar a la Avenida de los Campos Elíseos, como explicó M. Alexandre Promio, o el concurso hípico. Aquello era una maravilla que jamás me imaginé que pudiera existir. La luz del proyector devolvía esas imágenes en movimiento, con el sonido de la manivela, tan hipnotizantes, tan parecidas a un simple hechizo, pero que venían encerradas en esa caja de madera. ¿Cómo se les habría ocurrido a esos Lumière? 

Me costó salir de ese estado de fascinación y ensimismamiento, pero cuando conseguí despegar la mirada de la pantalla, me giré para volver a mirar ese invento prodigioso. El trabajo incansable de quien manejaba el proyector me pareció tan valioso como el descubrimiento de ese tren entrando en la estación, las olas del mar, o esas personas que habíamos visto caminar, ante nuestros ojos, a un paso más rápido del normal. A saber si este invento tendrá éxito en los años venideros, o si quedará en el olvido...


Agradezco a Javier Lucas Domingo, del maravilloso blog https://www.revivemadrid.com por la inspiración que su artículo sobre el cinematógrafo me dio para escribir este relato.  

Amalia N. Sánchez Valle


domingo, 8 de noviembre de 2020

Flor de nieve

















Si pudiera flotar hasta ese lugar al que pertenezco, confundirme con las nubes que cubren sus cumbres y convertirme en la lluvia que cae sobre los árboles, sobre los tejados de pizarra, sobre las piedras del suelo, me quedaría allí para siempre. Correría con el río, desde la cascada más alta y me colaría entre las rocas, regando los lirios azules, convirtiéndome en minúsculas gotas que flotan por el aire, hasta componer un arco iris con los rayos del sol. 

Si pudiera viajar hasta allí, me posaría sobre una flor de nieve y desde sus pétalos me quedaría a mirar el cielo, diminuta, subyugada por la bóveda celeste. Vería el baile de la Vía Láctea, escucharía el canto de los pájaros y a los grillos, y podría quedarme así, durante siglos, convertida en el rocío de la mañana y la brisa que juega con las ramas de los árboles...






Amalia N. Sánchez V

miércoles, 2 de septiembre de 2020

Luna, siempre

 Querida Luna, 


Han pasado seis años desde tu partida. Cómo no recordar aquella terrible noche, en la que decidiste irte en mis brazos... ¿He superado aquello? No. Solo he podido acostumbrarme a vivir con tu recuerdo, sin oír tus pisadas en el pasillo, detrás de mí. He salido adelante con ese vacío tan terrible que se siente cuando se pierde a un ser querido, tan amado que te convirtió en mi hija peluda, desde que eras esa gatita de orejas enormes y ojitos verdes, como una pequeña elfita que llegó a mi vida para llenarla de luz. 

Aunque ya no estés a mi lado, durmiéndote poniendo tu cabecita en mi mano, sigues estando en mi corazón, en la pantalla de mi móvil y del portátil, siendo mi pequeña sombra blanca, mi protectora, mi niña lista y graciosa, capaz de abrir puertas, ladronzuela de yogures, diva y maulladora... 

Estoy convencida de que cuando me vaya de este mundo, te volveré a encontrar, que corretearás hacia mí, con mi pequeño Byron a tu lado y me perderé en tus preciosos ojos verdes.  




Amalia N. Sánchez Valle

martes, 7 de julio de 2020

Ennio Morricone: El hombre que dominaba el viento

El viento, siempre el viento... Aquel niño romano que aprendió a tocar la trompeta y soñaba con componer música, jamás habría imaginado que iba a definir cómo debía sonar un duelo de miradas en un spaguetti western, y que conseguiría que incluso los no aficionados a ese género cinematográfico quisieran escuchar una y otra vez esa descripción hecha por él de un momento dramático, con el sonido de la trompeta cortando el aire de aquella escena. Y mientras el ritmo de la música se aceleraba, la cámara enfocaba la mirada de Clint Eastwood, luego la de Eli Wallach y la de Lee Van Cleef, y vuelta a empezar... La cámara parecía seguir el ritmo marcado por la trompeta, girando una y otra vez, de forma vertiginosa, hasta culminar con un disparo. La voz del viento, a través del metal de la trompeta era el personaje invisible en ese duelo.






Ese maestro no podía imaginar la legión de admiradores que crecimos con su música, escuchando el viento con los sonidos que él creaba en su mente, traducidos en partituras. Yo tenía ocho años cuando descubrí que Marco Polo, saliendo desde Venecia, viajó al Extremo Oriente, con su padre y su tío. Y ese descubrimiento iba acompañado del sonido de la flauta, que con su voz delicada contaba una historia de amor, arropada por los coros y las cuerdas, que sublimaban la música de aquella banda sonora con la que crecí, que después pasaba a las percusiones, y volvía con las cuerdas y el viento, siempre el viento. Fagots, trompetas (siempre presentes), coros... Porque la voz humana no deja de ser otra manifestación del viento que él amaba. Coros que tocaban mi fibra sensible de precoz melómana y que yo soñaba con imitar, con mi voz de niña.






Mi viaje no terminó allí, porque siempre volvía a Marco Polo, una y otra vez, en tardes solitarias, de adolescente tímida, con aquel vinilo que compraron mis padres, como una joya, mientras leía. Poco a poco aprendí a descubrirle en cada banda sonora que acompañaba a una película. Reconocía sus claves, su admiración por la voz y por los instrumentos de viento, acompañados por los de cuerda, que en algunas ocasiones iban ganando más importancia. Unos niños de los bajos fondos, que crecen conviertiéndose en mafiosos, un amor lleno de candor, que con los años se torna en asco y desprecio, con el rostro de Deborah frente al espejo, mientras Noodles la contempla y sabe que todo es culpa suya...  






Y el viento, una vez más, convertido en la flauta, la trompeta, la armónica, el oboe, el saxofón, las trompas, acompañadas de una delicada melodía de una caja de música, que nos llevan por una historia de persecución del incansable Eliot Ness, en defensa de la Ley Seca. Una historia de amistad, de determinación y de pérdida, que a la vez me evoca la energía  de unos hombres dispuestos a luchar hasta el final y me emociona...







Y de aquí, a la apoteosis del viento en todas sus manifestaciones, en una banda sonora que lleva los coros a un nivel superior, junto al fagot, la flauta, el oboe, que tiene su pieza clave... Un escalofrío recorre mi piel cuando la escucho, y recuerdo las veces que la escuché en casa de mis padres. Todos los instrumentos, en una partitura grandiosa y que inexplicablemente no ganó el Oscar. Cazurros... 





Nunca dejaré de escuchar la música de Ennio Morricone, por muchos años que pasen y ya esté en compañía de otros genios que nos dejaron antes que él. Nunca podré escuchar un coro de sus bandas sonoras sin intentar cantar, ni podré dejar de admirar a esos músicos que se enfrentan a los instrumentos de viento, con valentía y pasión, como hizo él, siendo un niño. Un soñador que me ha acompañado toda mi vida de cinéfila, en los buenos y en los malos momentos, en los enamoramientos, en las rupturas, en el paso de los años, desde la infancia hasta ahora, que evoco el descubrimiento de su música, en la forma en la que dominaba los instrumentos de viento, como buen trompetista. Como un genio que creció sin imaginar que a día de hoy, al conocer su muerte, muchos nos hemos sentido tristes y huérfanos de esa maestría, por mucho que quede su obra, porque ya no nos volverá a regalar una obra maestra más... Somos como aquel niño, Salvatore, que crece en un pueblo en el que todo su mundo es el cine, y por mucho que hayamos crecido, siempre, siempre, estarán las películas que nos enamoraron, y la música creada por Ennio Morricone, el hombre que dominaba el viento... Hasta siempre, maestro, su música jamás morirá, y permanecerá en nuestra memoria, emocionándonos, sacándonos una sonrisa o una lágrima por una historia de amor frustrado, como en Cinema Paradiso. 







Amalia N. Sánchez Valle

martes, 16 de junio de 2020

Duendecilla







Estoy muda, con un nudo en la garganta, con el alma en vilo… La contemplo en silencio y me pierdo en sus ojos verdes, mientras la acaricio. Llevo acariciándola quince años, desde aquel día que la recogí de la carretera. Sus ojos, tan grandes, en una carita preciosa, me miraban con miedo cuando la recogí. Desde ese momento, me enamoré de sus maullidos y de su hocico blanco. Una duendecilla gris, que desde el principio ha querido estar a mi lado; metida en el bolsillo de mi bata, recorría conmigo la casa y me contemplaba, mientras yo escribía, en el ordenador. Mis relatos iban surgiendo de mi imaginación, ante la atenta mirada de mi gata, de ojos verdes infinitos.

Ver crecer a un ángel así, junto a mí, correteando por el pasillo, a pesar de su cojera, sentir su calor, tumbada a mi lado, y acariciarla durante horas, sin cansarme, con su ronroneo adorable y relajante, ha hecho mi vida mucho más feliz. Mi duendecilla, maullando para que la coja en brazos, por las mañanas, mientras desayuno, cerrando los ojos en señal de cariño, mientras yo le acaricio la cabecita, o acompañándome en mis vídeos, mientras canto, para mantener el recuerdo de ese enorme cariño, por muchos años que pasen… Porque ella está conmigo todo el tiempo, desde ese día en el que el destino la puso en mi camino, herida, vulnerable, asustada, en aquella carretera. Su mirada, cargada de un cariño incondicional, se mete en mi alma y me hipnotiza. Quiero protegerla, cogerla en brazos y no soltarla nunca… Que este ser lleno de amor incondicional no se vaya, dejándome en la más absoluta desolación. Quiero seguir escuchando sus pasitos por la noche, antes de subirse encima de la cama, para acompañarme mientras duermo. Porque ella vela mi sueño, aleja de mí los demonios y se hace una rosca, a mi lado.


Mi niña, mi duendecilla, quédate siempre a mi lado.



Amalia N. Sánchez Valle 

miércoles, 10 de junio de 2020

Música








La música acarició mi ser, 

con su guante de seda; 

me susurró al oído 

y me acunó, 

besando mis párpados, 

contemplando en mi rostro

la paz que nunca tuve.

Con sus dedos invisibles, 

dibuja en el aire 

figuras caprichosas,

convertidas en viento

o en una brisa ligera.

Transforma en luz

los momento amargos

y con sus labios invisibles, 

besa tu frente.

Juega con los silencios,

con el aliento, 

ordenando el caos, 

desordenando los sentimientos...

Es una ladrona;

atrapa tu alma

y la convierte en un pájaro

que te contempla 

desde las alturas, 

como un ser indefenso.

Se alimenta de ti, 

de tus latidos, 

del aire que escapa de tu boca

de tus trémulas manos 

de un recuerdo que cruza tu mente.

A cambio de tu alma, 

te regala la felicidad...





Amalia N. Sánchez Valle


martes, 2 de junio de 2020

Anam Cara





Hablar contigo es como compartir un jardín secreto, en el que nos sentamos a la sombra de un árbol frondoso, mientras compartimos esos bollitos que nos gusta comprar antes de los ensayos. Y rodeadas de la primavera, con los trinos de los pájaros, nos contamos nuestras cosas, con la complicidad que compartimos desde siempre. Recordamos cómo nos conocimos, cómo mis locuras son tus locuras también, cómo tus proyectos se convierten en los míos y tu alegría es de las dos. Soy más yo, cuando estoy contigo... Por eso, contigo al fin del mundo, cantando, tocando el ukelele, hablando, recordando esas películas que nos encantan a las dos, disfrutando de la visión de las cosas que compartimos. Feliz cumpleaños, Anam Cara, amiga del alma. 



Amalia N. Sánchez Valle


jueves, 14 de mayo de 2020

La distopía que no cesa



Vivimos en un mal sueño; en una sucesión de días anodinos, enterrando los proyectos y los sueños que este año no se harán realidad. Contemplas lo profundo que es el hoyo en el que los meses, los días, los anhelos, los abrazos han caído y ahora haces un duelo interminable por tu libertad, por los amaneceres y las puestas de sol que no puedes contemplar desde la montaña. Tu vista no va más allá del edificio de en frente y la pequeña porción de cielo que alcanzas desde tu ventana; las nubes, de gris plomizo, derraman sus lágrimas y la ciudad, medio vacía, parece sacada de un accidente nuclear. Nada será lo mismo. Todos lo repetimos; unos apelan a una evolución en la que nos convertimos en mejores personas. Otros, simplemente no nos fiamos.Tal vez me he convertido en una mujer más desconfiada; tal vez es miedo que me paraliza, tal vez son los fantasmas de mis sueños perdidos, que vienen a visitarme. 



Amalia N. Sánchez

martes, 21 de abril de 2020

Mi Benasque




Si cierro los ojos, me parece oír el crujido de las ramas bajo mis pies y el rumor de la brisa acariciando las hojas de los árboles. Puede que la melancolía me esté llevando a ti sin remedio, el lugar donde he sido más feliz. Ahora que no puedo abrazar a mis seres queridos, ni caminar por la calle si no es para comprar comida o medicinas, y mi mente se mantiene ocupada, te cuelas en mis pensamientos, llamándome a visitarte otra vez, como cuando era una niña. Ya no volveré a esa casa donde devoré libros cada verano, donde podía contemplar tus montañas y tus amaneceres, desde el ático, donde mi yo pacífico se dejaba arrullar por los sonidos de los grillos y los cárabos... Vuelves a mí, me recuerdas tus calles empedradas, el bullicio del mercadillo, los rostros que se fueron haciendo familiares, año tras año, bajo la presencia imponente de tus montañas. Tus montañas... Ya nada será lo mismo, pero siempre volveré, aunque ya no sea a la misma casa, aunque tarde, no sé cuánto tiempo. Volveré a ti, a pasear por tus calles, a disfrutar del olor de las plantas, a saludar a los amigos y rendir pleitesía a las montañas, a caer rendida bajo la luna y a inspirarme para mis relatos; volveré a escuchar las campanas y los riachuelos, despertando mis sentidos, como la niña que los descubrió, hace tanto. Volveré, mi Benasque. Volveré a ti, a reencontrarme con mi yo más feliz. Respiraré hondo y tu aire formará parte de mis pulmones, correrá por mis venas y alimentará mi alma.



Amalia N. Sánchez 

lunes, 13 de abril de 2020

Feliz cumpleaños, mamá



Llevamos encerrados muchos días. Hubo un momento en el que se hizo evidente que iba para muy largo; pasó el día del padre y tuve la suerte de ver al mío por videoconferencia. Sí, digo que tuve suerte, porque está sano y salvo en su casa, a pesar de su Parkinson y lo que le cuesta dejar de ir a hacer sus actividades en la asociación. Luego llegó mi cumpleaños y no lo pudimos celebrar tampoco como me hubiera gustado, pero mi familia me felicitó, y volví a pensar en que están todos bien, y eso no lo puede decir todo el mundo. Y llegó el cumpleaños de mi madre... Otro día especial que no podremos abrazarnos. No podremos felicitarla en persona, llenar su rostro de besos, ni comer tarta, aunque yo cantaré cumpleaños feliz, como siempre, y haremos planes para cuando podamos celebrarlo. Ella se emocionará, y echaré de menos sus ojos verdes.

Sí, estos días son extraños, pensamos mucho, intentamos pasar este trance lo mejor posible, imaginamos qué haremos cuando toda esta pesadilla acabe y entre otras cosas, pensamos en ver a nuestros seres queridos. Abrazarles, seguro que llorar de alegría y por todo el tiempo que nos ha robado la pandemia. Veré a mi sobrina, de la mano de sus padres y será tan alta, que querré regalarle ropa de Disney, como cuando estaba a punto de nacer y yo miraba los pijamas de Frozen. Y mi hermana, siempre tan aguda, con sus frases certeras, rubia y guapa, como siempre ha sido, mi consejera... Hablaré con mi cuñado de estos días extraños, de las preocupaciones pasadas. Y mis padres, a los que a veces echo la bronca, cuando veo que no se cuidan, pero a los que quiero, y tengo la suerte, sí, la suerte de tenerles bien, a pesar de sus achaques. Les abrazaré y ellos me seguirán viendo como esa niña con coletas, y sé que serán felices de nuevo. Y mis tíos, mis padrinos, tan importantes para mí, que me han regalado la visión de otras cosas, mientras vivían en el extranjero, me han ayudado a soñar con otros lugares con los que soñar.

Todos están en sus casas, llevando estos momentos de encierro como pueden, intentando que la distancia sea menor, gracias a las llamadas. Pero tened por seguro que cuando podamos, celebraremos todo juntos, esos cumpleaños pendientes, y aunque toda esta experiencia nos cambiará a todos, será maravilloso volver a vernos, volver a comer una tarta preparada por Fernando.

Feliz cumpleaños, mamá. Te quiero mucho.



Amalia N. Sánchez Valle