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sábado, 31 de mayo de 2008

Tan cerca


letter


Cuando llegó a la oficina, lo primero que hizo fue revisar la correspondencia que le habían dejado encima de la mesa; tiró a la papelera varios folletos de propaganda sin pararse a leerlos y se fijó en lo demás.


Le llamó la atención un sobre sin remitente totalmente distinto a los que le solían llegar todas las semanas. Alguien había escrito a pluma su nombre cuidadosamente. Lo abrió y se encontró con un papel de buena calidad, doblado por la mitad. Tras desplegarlo, leyó el mensaje. "Si no fueras inalcanzable, perdería la cabeza por ti". No había firma.


Él lo releyó varias veces y buscó pistas en la letra, redonda y bien trazada. ¿Sería una broma? Miró a su alrededor, buscando que alguien se delatara con algún gesto. Nada. Todas sus compañeras tecleaban en sus ordenadores o hablaban por teléfono, ignorándole.


¿Quién le habría dejado ese sobre, que no estaba franqueado? Solo podía ser alguien de allí. Suspiró y volvió a repasar los rostros impasibles de sus compañeras, y entonces sospechó de ella. Él deseaba que fuera ella, y por eso estaba seguro de que no podría haberlo escrito ninguna otra mujer.


Dobló de nuevo el papel y se lo metió en el bolsillo de la camisa, antes de encender el ordenador, mientras ella guardaba su pluma en el bolso, a escondidas. "Yo podría decirte lo mismo a ti", pensó, contemplándola desde su mesa, y ambos fingieron que no se habían mirado.

martes, 20 de mayo de 2008

L'Orfeo

Anoche estuve viendo en el cine una representación de mi ópera favorita, L'Orfeo, de Claudio Monteverdi, considerada la más antigua. A pesar de unos problemas técnicos al principio, fue genial y como me suele ocurrir, me emocioné. Como esta semana va a ser difícil porque operan a mi padre, he pensado que está bien darse un pequeño homenaje de vez en cuando. Me doy el capricho de traer un video de L'Orfeo. Aunque no es mi interpretación favorita, el hombre canta muy bien. Me hubiera gustado traer la de Pietro Spagnoli o de Dietrich Henschel, pero no las he encontrado.

lunes, 19 de mayo de 2008

Un día de lluvia en el campo

He llegado hace un rato a casa; he estado de excursión. Ayer llegamos a La Posada de Alameda y encontramos una nueva exposición de pintura, de Juan de Ozaeta que me gustó mucho. Me encanta llegar allí y ver las exposiciones que suelen hacer de obras de arte, además de las que son propiedad del hotel.


Esta mañana llovía, pero íbamos preparados y nos fuimos al campo. Vimos paisajes muy bonitos y llegamos hasta Pinilla del Valle. Aquí hay algunas fotos.


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Se me han ocurrido muchas cosas sobre las que escribir. La verdad es que me lo he pasado muy bien y además hemos visto a un amigo encantador.


Ah, y además hemos conseguido hacer algo que parecía un imposible, pillar desprevenida a una cigüeña y fotografiarla sin que se fuera volando después de varios intentos (esos animales parecen tener un radar y son más escurridizos que yo ante una cámara). Aquí está la prueba...


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viernes, 9 de mayo de 2008

Alba

Hace unos días traje un poema precioso de Federico García Lorca, que cuando lo leí me impresionó. Hoy he querido traer otro que se titula Alba





Alba



Mi corazón oprimido

Siente junto a la alborada

El dolor de sus amores

Y el sueño de las distancias.

La luz de la aurora lleva

Semilleros de nostalgias

Y la tristeza sin ojos

De la médula del alma.

La gran tumba de la noche

Su negro velo levanta

Para ocultar con el día

La inmensa cumbre estrellada.



¡Qué haré yo sobre estos campos

Cogiendo nidos y ramas

Rodeado de la aurora

Y llena de noche el alma!

¡Qué haré si tienes tus ojos

Muertos a las luces claras

Y no ha de sentir mi carne

El calor de tus miradas!

¿Por qué te perdí por siempre

En aquella tarde clara?

Hoy mi pecho está reseco

Como una estrella apagada.

martes, 6 de mayo de 2008

Nesperennub

Anubis


“Nesperennub, despierta y contempla mi rostro, soy Anubis, el Señor de todas las Necrópolis, vengo a llevarte ante el Tribunal de Osiris, para que juzgue tus actos. Tu alma ya ha volado, como un pájaro y tu cuerpo será embalsamado, para que mores para siempre junto a los dioses, si eres digno de ello, si no, te espera la segunda muerte, devorado por Ammit. Levanta, sígueme.”

El sacerdote descubrió que ya no le dolía la cabeza, por primera vez en varios días, desde que se la golpeó en una caída accidental. Lo último que recordaba era que tras el golpe se le nubló la vista; a su alrededor se escuchaban voces que le eran familiares, susurrantes. Los otros sacerdotes de Konshu, el dios de la luna, se arremolinaron a su alrededor y decidieron avisar a un médico. Después de escuchar eso, se desmayó.

Cuando volvió en sí, intentó moverse; alguien a quien no podía ver, le sujetaba por los hombros y le colocaba una tira de grueso cuero entre los dientes, después de hacerle beber algo que le atontó. ¿Qué le ocurría, por qué sentía una terrible presión en el cráneo, y después tenía sensaciones raras, de cosquilleos en los miembros, movimientos involuntarios de los dedos y sus ideas se iban haciendo confusas? No recordaba de repente su nombre ni sabía donde estaba.

Después de la trepanación, al abrir los ojos distinguió algunas luces y un rostro borroso junto a él; le daba de beber y le arreglaba el vendaje. Intentó hablar, pero no fue capaz de ordenar las palabras en su mente. El dolor seguía allí, agudo, embotando sus sentidos; dormía a ratos, pero no encontraba el descanso. Los otros sacerdotes susurraban palabras que no podía entender. Intentó recordar los nombres de sus padres, su vida, y no lo consiguió. Lloró y gimió, provocando que unas manos suaves le acariciaran el rostro. Él no quería eso, sino dejar de sufrir de una vez.

De pronto ya no podía respirar; el pecho le dolió, como si unas garras se le clavaran en el corazón y se convulsionó. Perdió completamente el control de sí mismo, aunque le sujetaron. A su alrededor todo fue confusión, hasta que todo acabó.

El ba se desembarazó de su cuerpo mortal y salió al escuchar la voz de Anubis, que le tendía una mano, mientras su ka se quedaba con el difunto Nesperennub. “El cuerpo es un lastre”, pensó su ba. Siguió a Anubis por un pasillo formado por columnas con capiteles de papiros, ricamente adornadas por jeroglíficos y el suelo, dorado, brillaba más que el reflejo del sol en las arenas del desierto. La cabeza de chacal de Anubis le servía de guía en ese corredor, iluminado por antorchas.

Pronunció el Himno a Osiris, como decía el Libro de los Muertos y recordó las enseñanzas en el templo. Mientras caminaban para encontrarse ante Osiris y el resto de los dioses, una preocupación asaltó al ba de Nesperennub; si quería morar con los dioses y que todas las partes de su espíritu se unieran de nuevo, tenían que embalsamarle. Se preguntó si sus compañeros, los sacerdotes de su templo se harían cargo de su cuerpo, si su familia lo sabría. De pronto recordó los nombres de sus padres y de su difunto hermano, que ya había pasado por el juicio de Osiris. “Ojala fuera favorable”, pensó.

Y una preocupación se apoderó de él cuando llegaron a un gran salón de suelo de laspislázuli y oro, con estatuas y columnas policromas que parecían alzarse hasta el cielo. En el centro, sobre un trono elevado, se sentaba el Gran Dios, Osiris, contemplándole con su rostro verdoso, que contrastaba con el blanco vendaje. Estaba muerto, como él, pero era el juez de todos los corazones mortales. Sobre su cabeza llevaba la corona y en sus manos, el callado y el látigo. “Estoy ante El que Continúa Siendo Perfecto”, pensó Nesperennub, postrándose ante él, sin que Anubis se lo indicara. Sabía que Osiris era el juez supremo y que de él dependía todo.

El dios con cabeza de chacal se hizo a un lado y presentó al ba de Nesperennub, que no se atrevía a contemplar el rostro del dios difunto, tan poderoso era. La voz atronadora de Osiris reclamó que contestara a las preguntas de los dioses; el sacerdote recordó las historias que le habían contado sobre el Juicio de Osiris y asintió con la cabeza. Miró de soslayo a Anubis, que colocaba su corazón en un platillo de la balanza y supo que dependía de sí mismo para que las culpas no le hicieran perder el favor de los dioses; en función de sus respuestas, la balanza se inclinaría en su favor, o haría que su corazón pesara demasiado, condenándole a la segunda muerte.

Una voz femenina pronunció su nombre y él no pudo evitar mirar el rostro de Isis, que se sentaba junto a su esposo, Osiris. Era mucho más bella de como él la había imaginado. Él respondió a las preguntas que le formuló Isis, mientras colocaban la pluma de Maat en el otro platillo de la balanza. Después, con voz temblorosa, Nesperennub, volvió a pronunciar otra oración del Libro de los Muertos.

“No he cometido iniquidad respecto de los hombres; no he matado a ninguno de mis parientes; no he mentido en lugar de decir la verdad; no tengo conciencia de ninguna traición; no he hecho mal alguno; a nadie he causado sufrimiento; no he sustraído las ofrendas a los dioses...”


Esperó, mirando hacia el suelo, temblando; imaginaba lo terrible que sería enfrentarse a la segunda muerte, con su corazón en las fauces de Ammit. Si eso ocurriera, ¿qué pensarían sus padres de él? Les deshonraría, mancharía su nombre para siempre. Les había dejado para convertirse en sacerdote de Konshu, siendo muy joven, y no había podido despedirse de ellos. Ya era demasiado tarde.

El escriba, que había escuchado atentamente las preguntas de los dioses y las respuestas de Nesperennub, entregó a Osiris el papiro en el que lo había escrito todo; el sacerdote recordó su vida en pocos segundos, consciente de que estaba a punto de escuchar el veredicto. “Gran Señor, no he sido perfecto, pero nunca he intentado dañar a nadie”, pensó. “He tratado de servir fielmente a Konshu, a mi templo, a mis compañeros, he seguido fielmente las reglas de los sacerdotes, me he despojado de mis cabellos cada día, os he venerado a todos los dioses y he hecho todas las ofrendas. No me condenéis a morir una vez más, dejadme ser inmortal, para seguir sirviéndoos.”

La voz de Osiris rompió el ensimismamiento del sacerdote, que sintió que sus miembros temblaban aun más. “Levanta, Nesperennub, y escucha mi veredicto, que es inapelable. Has respondido las preguntas de los dioses y hemos pesado tu corazón; solo tú, con tu vida mortal has inclinado los platillos de la balanza, y el resultado es favorable. Viajarás al Aaru, donde morarás con nosotros, en un campo eternamente fértil. Emprenderás el viaje, pero has de saber que no será sencillo.”

Nesperennub se sintió feliz y recordó que ahora dependía de las oraciones de sus parientes y amigos; mientras emprendiera ese viaje, recordaría su vida, sus primeros pasos sobre la tierra y también a su familia. Se llevaría esas experiencias para siempre.



Osiris




Selene


jueves, 1 de mayo de 2008

Tarde de domingo

Se sentó en un sillón, intentando esconderse detrás del libro que tenía en las manos; le dolía la cabeza por los gritos que cruzaban el salón, de una pared a otra, que retumbaban en los muebles y en los cristales de las ventanas. Cada facción se atrincheraba tras la botella de Trinaranjus. Hacía calor; la calefacción estaba demasiado alta y ella sintió que su rostro, congestionado, ardía más que los radiadores. Resopló y sintió que necesitaba salir de allí; a su alrededor nadie la miraba, estaban demasiado enfrascados en una discusión banal que a ella no le interesaba ni lo más mínimo.

Se levantó y trató de cruzar el salón, colándose entre las sillas, que casi tocaban el sofá, sin espacio suficiente. Alcanzó la puerta de cristal y salió, sintiéndose libre por un momento. El corazón le latía con fuerza y los oídos le zumbaban con las voces estridentes de sus familiares. Atravesó el pasillo hasta la habitación del piano, que estaba con la luz apagada; ahí debía encontrar la paz, o al menos su cerebro descansaría por un rato.

Se acercó a la ventana a oscuras, dejándose guiar por el resplandor de las farolas que entraba a través de los cristales. Quería salir a la calle, respirar el aire fresco y dejar que la brisa nocturna acariciara su rostro, pero sobre todo, quería encontrarse en silencio. Llevaba años celebrando cumpleaños, santos, fiestas de todo tipo con su familia, había pasado allí mucho domingos, desde que nació y se sentía prisionera de esa repetición de situaciones que nunca tenían fin. Echaba de menos el verdadero cariño, los besos auténticos, sin esa carga de envidias, aburrimiento, malos entendidos y rencores que se habían instalado allí. Ya todo eran miradas de soslayo, sonrisas hipócritas y besos que se daban sin rozarse las mejillas. Y todavía se extrañaban de que no quisiera ir a esas reuniones...

¿Dónde se había perdido todo lo bueno? ¿En qué momento habían cambiado los sentimientos? Se sintió vacía.