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domingo, 29 de julio de 2018

Alma de ruiseñor (reflexiones)

 














Después del ensayo me gustaba pasear por Ópera y encaminar mis pasos al lugar donde mi abuelo iba a tomar clases de canto. Para mi era un ritual, desde el primer día que me uní al coro. Me he imaginado a mi abuelo orgulloso de mí, escuchándome desde donde esté, que no puede ser otro lugar que el cielo; era el hombre más cariñoso y sensible que he conocido, y su voz de barítono todavía suena en mi memoria... Después de bajar la Cuesta de Santo Domingo, llegué hasta la Plaza de Isabel II y contemplé el Teatro Real; él me llevó a mi primer concierto. Aquella fue una experiencia preciosa. Empecé a callejear y pensé en lo mucho que se puede estar unido a alguien, a pesar de haberlo perdido. Está en los recuerdos, en quienes somos ahora... Gracias por enseñarme tanto sobre la música, alma de ruiseñor.




Amalia N. Sánchez Valle

sábado, 28 de julio de 2018

Noche de eclipse





Seres que contemplan cómo la luna se tiñe de rojo, desde un montículo, desde la Plaza de Oriente, desde cada rincón de la ciudad, como selenitas que añoran volver a su casa. La luna se oculta y danza en el firmamento, llamando a la pasión, al misterio, a la contemplación de una diosa que vigila las mareas... El rojo sigue ocultando su brillo, pero no su magnetismo, hasta que poco a poco, se adivina una sonrisa plateada, que se va haciendo amplia, recortada sobre el cielo oscuro, en las fauces de la noche. 

Qué pequeña me siento, contemplando la belleza del eclipse; la luna asciende por el negro terciopelo y se deja ver, por fin en su plenitud. 

viernes, 27 de julio de 2018

Rayo de luna




La luz plateada se coló por la ventana y contempló al durmiente, ajeno a los dedos alargados y fantasmales de un rayo de luna. Se acercó a su rostro, acarició su pelo y trató de colarse en sus sueños, atravesando los párpados... Pero el durmiente continuaba muy lejos, en el reino de Morfeo. Le veía, envuelto en las sábanas, con su pecho subiendo y bajando al son de su respiración; la placidez le hacía más lejano. ¿Cómo se atrevía a no admirar su luz mágica? 
Comenzó a danzar alrededor del durmiente; jugueteó con la lámpara del techo y retó a una carrera a la oscuridad. La luz avanzaba, tiñendo de blanco la pared, los cuadros, el armario... Se rió como un niño travieso. La negrura fue ganando terreno, hasta que en unos segundos, el rayo de luna se desvaneció, despidiéndose con un beso. 


Amalia N. Sánchez Valle