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martes, 19 de junio de 2018

Ópera



“¡Tan!” La campana del convento rompe el silencio de la noche. Sé que es muy tarde; no hay ni un alma por la calle. El eco de mis pasos resuena sobre las fachadas de la callejuela y las farolas iluminan los charcos y los adoquines con su luz tenue. Me subo el cuello del abrigo hasta la nariz y en ese momento me siento la dueña de ese lugar, que tanto me gusta, ahora solitario… Tan solo las luces y las sombras que devoran las fachadas me acompañan, hasta que llego a la Plaza de Oriente. Sí, ese lugar le pertenece a mi espíritu, aunque tenga que compartirlo con el resto de almas que pasean a diario por allí, para contemplar el palacio y el Teatro Real. Mis recuerdos de tantos años, paseando por allí, desde que aprendí a ir sola en autobús, me hacen acreedora de la estampa de las esculturas de los reyes godos, de las cristaleras de las casas, tan típicas de esa zona de Madrid, de la cartelera de la temporada de Ópera… Mi alma se quedó allí hace mucho, buscando el silencio, para escuchar mis propios pensamientos. No soy nada, comparada con la gran belleza de la quietud del palacio, cuando la luna hace juego con la luz que ilumina su fachada. La sombra de los jardines es mi propia oscuridad interior; los miedos y obsesiones que se clavan en mi alma. Por eso respiro hondo, en la noche y busco la luz.



Amalia N.Sánchez Valle

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