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jueves, 26 de febrero de 2009

El Principio Antropomófico- 1ª Parte (relato)

Como me gustan mucho los relatos de ciencia ficción, pero creo que es un género que se me resiste, he querido traer uno de una persona a la que quiero mucho, con su permiso. Aquí tenéis la primera parte. Como habéis visto, se titula "El principio antropomórfico", y su autor es Fernando Diego Gómez- Caldito Viseas.



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EL PRINCIPIO ANTROPOMÓRFICO


Los pasos de la dura suela de material resonaban en las vacías paredes color crema del pasillo. No era el único claqueteo que se oía, pues iba acompañado de unos golpes más secos y agudos de mayor cadencia. Era uno de esos sonidos que hacen imaginar unas piernas a juego, con medias y falda justo por debajo de la rodilla, una imaginación que golpeaba a los inquilinos del singular edificio con fuerza, a veces demasiada.


No era pues de extrañar las miradas curiosas de algunos de ellos, tal vez los más afortunados, tal vez los menos, para comprobar con avidez si sus expectativas estaban o no justificadas. Es posible que algunos sintieran cierta decepción cuando vieron pasar a los dos visitantes por el pasillo, pero era sin duda una decepción que no estaba justificada en absoluto, al menos en la parte correspondiente a la doctora Vanesa Sarkoff, una de las colaboradoras en el flamante departamento de física de altas energías del laboratorio que la empresa había construido a las afueras de la ciudad. Cierto es que llevaba pantalones en lugar de la ansiada falda, y que los zapatos tenían un tacón más discreto de lo que cualquier fantasía mínimamente elaborada consideraría parte de un vestuario apropiado, pero era evidente que se trataba de una mujer que no sólo no había perdido su atractivo a pesar de encontrarse en el ecuador de su cuarta década, sino que poseía esa elegancia indiscutible que da la solera, con el pelo recogido en un discreto moño y un maquillaje sutil.


Cualquiera habría pensado que un lugar de trabajo que se llamara "laboratorio de altas energías" debería de tener unas instalaciones que por lo menos poseyeran un buen muro perimetral, alarmas, cámaras y una puerta de acero de al menos un metro y medio de espesor, de esas que dejan claro que una aldaba no tiene mucho que hacer allí. Tampoco habría sido demasiado pedir que el edificio en cuestión tuviera un aspecto sumamente anodino, aunque no lo suficiente como para evitar que se pudiera construir una buena leyenda oscura sobre los siniestros experimentos científicos que tuvieran lugar intramuros. Pero la verdad es que el laboratorio era un lugar de trabajo bastante agradable, en absoluto amenazador, con unas letras grandotas en la fachada principal que ponían "Laboratorios de física aplicada CERES", una parada de autobús en la puerta, visitas guiadas y cafetería con menú infantil. De hecho, si no se hacía una inspección a los laboratorios de la parte más interna, lo único que habría diferenciado el edificio de un instituto de secundaria sería que las batas blancas estaban más de moda de lo normal y que casi la mitad de los estudiantes tenían barba.


Pero no estaban ahora en los laboratorios, como no podía parar de recordarse la doctora, sino en un lugar bastante menos agradable. Iba acompañada de un hombre tal vez diez años menor, que vestía un impoluto traje gris, corte de pelo milimétrico y una cuidada barba muy recortada, Llevaba un portafolios color piel que poseía esa gravedad especial que dan los documentos importantes.


Las dos figuras avanzaban como torres en el tablero de ajedrez que formaban las baldosas blancas y negras del suelo, él un paso detrás de ella, un metro a la izquierda de ella, hasta que se detuvieron ante una puerta color hueso con un cristal esmerilado cubierto por una rejilla. Un individuo enjuto de escaso pelo gris les estaba esperando junto a ella. Llevaba bata blanca, pero estaba claro nada más verle que no era una bata de laboratorio. Había algo en los doctores que los diferenciaba claramente de sus compañeros del departamento de física, pensó Vanesa, y más todavía cuando se trataba, como en este caso, de un psiquiatra.


-Buenas tardes -dijo el hombre de la bata-. Espero que no hayan tenido ninguna dificultad para llegar aquí.


-No hemos tenido ningún incidente, gracias -respondió Vanesa-. Le presento a Héctor Manfredi, representante de la compañía. Héctor, te presento a Howard Davies, médico psiquiatra y director del centro.


-Encantado -saludó formalmente Héctor, dando un medido paso hacia delante y estrechando la mano del médico.


-¿Cómo está Desmond?


-Le hemos retirado la medicación y se encuentra tranquilo y lúcido. Los episodios de delirios han terminado de forma natural y en estos momentos está en observación. Si todo sigue así le daré el alta médica en las próximas 48 horas.


-Con un poco de suerte podremos solucionar todo este lío y mandarle a casa de vacaciones.


-Yo no lo tengo tan claro, Vanesa. Depende del informe psiquiátrico que realice el doctor Howard. De eso y de lo que podamos averiguar, pero me temo que la carrera de Desmond puede haber sufrido un golpe definitivo. Eso si la empresa finalmente no presenta cargos, lo cual está todavía por ver. Hay mucha gente muy cabreada.


El gesto de preocupación de la mujer era evidente, pero estaba claro que era tan consciente de la situación como su compañero. Incluso en el mejor de los casos la reputación de su colega estaba hecha fosfatina. Había tirado por tierra los últimos 10 años de trabajo. Y no sólo el suyo, sino el de todo el equipo que había estado a sus órdenes todo este tiempo. Si conseguían sacar algo en claro de todo el asunto puede que no todo estuviera perdido, pero sólo Víctor Desmond tenía las claves que podían poner en marcha el proyecto otra vez. De él dependía que se hubiera perdido una semana de trabajo, un mes, un año o una década. No tenían ni idea del alcance real de los sucesos de hacía tres días.


-¿Y qué van a hacer? -respondió al fin, indignada-. ¿Pedirle una indemnización de 800 millones de euros?


-Quién sabe. La gente rencorosa puede ser muy imaginativa -dijo Héctor con flema. Vanesa se giró hacia el médico, que había presenciado la conversación con la misma expresión de alguien que se acaba de llegar a la fiesta sólo para darse cuenta de que realmente no estaba invitado.


-¿Podemos verle? -dijo poniendo fin a la discusión.


-Si, por supuesto. Si me acompañan les llevaré a una salita donde podrán charlar con él cómodamente.


El psiquiatra rebuscó en un bolsillo de su bata que parecía no tener fondo y sacó una tarjeta con una banda magnética, que introdujo en un lector junto a la puerta. Ésta respondió con un ruido eléctrico y un pequeño LED verde junto al lector se iluminó.


-Por aquí, por favor.


El mundo al otro lado de la puerta era decepcionantemente similar al que habían dejado atrás. Un poco más sobrio, un poco más frío, un poco más deprimente, pero indiscutiblemente semejante al ala del hospital que acababan de dejar atrás. Simplemente los pocos lugares que antes estaban ocupados por plantas y cuadros parecían ser ahora propiedad de papeleras y extintores. Tal vez demasiados extintores, pensó Vanesa con cierto escalofrío.


No tardaron en llegar a una pequeña estancia. No era como se imaginaba Vanesa. Esperaba encontrar una habitación blanca, con una mesa en el centro, sin ventanas y con un gran espejo en un lado que hasta el más tonto sabría que los ojos reflejados en él no serían los únicos que verían. En su lugar el sitio en que se encontraban recordaba más a la sala de espera de un dentista, con pequeños sillones no muy cómodos alrededor de una mesita circular, amén de una ventana bastante generosa con vistas a un patio interior y las omnipresentes rejas que delataban su pertenencia a un centro psiquiátrico.


-Por favor, siéntense mientras voy a buscar a Desmond. Seguro que le agradará tener visita.


Los dos científicos se sentaron obedientes al mismo lado de la pequeña mesa. No tardó en aparecer el psiquiatra acompañado por un individuo de aspecto desaliñado, atribulado y absorto. Aunque tenía cerca de 60 años, parecía algo más mayor, frágil y derrotado. Vanesa no pudo evitar sentir una honda impresión al contemplar el estado de un individuo cuya espalda, ahora ligeramente encorvada, había soportado el peso del trabajo de más de un centenar de personas solamente en las fases finales del proyecto. Un jersey de punto de color verde, pantalones de pana marrón y unas zapatillas de andar por casa contribuían a despojarle de esa altivez orgullosa que le caracterizaba, lo que produjo en Vanesa una sensación amarga al pensar en la impresión tan equivocada de aquél brillante científico que iban a llevarse los dos hombres que la acompañaban.


-Hola, Vanesa -dijo con un hilo de voz apenas perceptible- Como ves no estoy en uno de mis mejores momentos -murmuró con una pequeña mueca socarrona.


-Hola, Víctor. No te preocupes, yo te veo bastante bien -mintió-. Te presento a Héctor.


-Eres abogado, ¿verdad? -inquirió Desmond- Veo que no han tardado mucho en empezar los preparativos para la crucifixión. No les culpo.


-Nadie está buscando culpables, Desmond -dijo el doctor Howard en ese tono tranquilizador que usan los psiquiatras fundamentalmente para tranquilizarse ellos mismos cuando mienten como bellacos.


-Serían retrasados mentales si buscaran -contestó Victor- Tan sólo tienen que mirar hacia mí.


-No se precipite, señor Desmond -interrumpió Héctor- En realidad no estamos tan interesados en depurar responsabilidades como en intentar comprender lo sucedido y ver si todavía estamos a tiempo de salvar el proyecto. Estoy aquí para elaborar un informe detallado de lo que ocurrió, sus causas y sus consecuencias. El doctor Howard se encuentra aquí para contribuir al informe desde una perspectiva psicológica y su colega la doctora Vanesa Sarkoff nos ayudará a arrojar algo de luz sobre las partes más técnicas del mismo.


-¿Salvar el proyecto? -una sonrisa burlona cargada de ironía asomó por la cara de Victor- El proyecto no puede ser salvado. Fracasó, y no puedo decir que lo lamente. Yo que usted, jovencito, metería todos los documentos en un contenedor, le pondría una cadena bien gorda, lo tiraría al mar y lanzaría la llave en el otro extremo del mundo. Hemos tenido suerte de que el proyecto fracase.


-!Venga ya! -protestó Héctor- El proyecto no fracasó. Usted lo boicoteó. ¡Queremos saber cómo y por qué!


-Usted jamás podrá comprender de lo que estamos hablando, muchacho.


-Por eso está aquí su colega.


-El que no entiende nada soy yo... -interrumpió el psiquiatra- Puede que ayudara algo que supiera de qué cojones iba el proyecto en el que estaban trabajando. Ni siquiera tengo una base para decidir si se le debe dar el alta o no, porque realmente no sé de qué va todo esto.


Héctor y Vanesa se miraron unos instantes. Seguidamente el abogado abrió el portafolios y sacó un papel mecanografiado y se lo pasó al médico.


-Verá, doctor -empezó a decir- Somos conscientes de que existe un pacto de confidencialidad médico-paciente que le impediría comentar cualquier cosa que se diga en esta sala fuera de ella. No queremos poner en tela de juicio su ética profesional, pero debe de comprender que la empresa quiera proteger sus intereses. Por lo tanto, antes de continuar, me veo en la tesitura de pedirle que firme este acuerdo de confidencialidad según el cual usted no podrá realizar grabaciones ni de audio ni de vídeo, tomar cualquier clase de registro o comentar nada de lo que va a oír en los próximos minutos con terceros.


-!Vaya! Me halaga esa confianza que tienen ustedes en mí -se mofó Howard mientras firmaba los papeles.


-No se lo tome a mal -se disculpó Vanesa- Tenga en cuenta que hablamos de mucho dinero. Además me sorprende que no se imaginara esto.


-La verdad es tampoco me extraña mucho -confesó el medico- pero no puedo evitar sentirme algo herido en mi orgullo.


-Ya cicatrizará -dijo Desmond cortante, que había contemplado con profunda desidia los trámites burocráticos.


-Bueno -comenzó a explicar Héctor- Ya que vamos a ponerle al corriente de la situación vamos a hacerlo bien, así que le ruego un poquito de paciencia. Verá, desde que el ser humano aprendió a plantar semillas hemos sufrido varias revoluciones tecnológicas a lo largo de la historia que han supuesto un cambio significativo en el modo del vida de los hombres. Así, hemos pasado por la revolución industrial y estamos en plena revolución informática, en el sentido más amplio. Sin embargo, falta todavía la que quizá sea la más importante revolución a la que ha de enfrentarse la humanidad, y es una revolución energética. Me explico: las fuentes de energías actuales son claramente deficientes, y de su escasez depende un mercado que lastra el progreso de toda la humanidad. Los combustibles fósiles son contaminantes y dependen de unas materias primas que están heterogéneamente distribuidas en el planeta.


"Dependemos tanto de ellas que se inician guerras, caen gobiernos y se cometen crímenes de todo tipo para garantizar su suministro. Aquellos dirigentes de países que los poseen manipulan los mercados para enriquecerse ellos. Es una fuente de ingresos fácil que implica altísimos niveles de corrupción. "La energía de fisión tiene la ventaja de ser barata y no depender tanto de los caprichos del mercado. Pero es altamente contaminante, un auténtico veneno a largo plazo, y conlleva unos riesgos en caso de accidentes que nadie quiere aceptar, sobre todo aquellos que viven cerca de las centrales nucleares."


"La energía de fusión es cara, se encuentra todavía en fase experimental y no hay indicios de que realmente pueda dejar de ser así en las próximas décadas. Necesitaría una inyección económica por parte de los estados sin precedentes, algo que parece que no estén dispuestos a hacer"


-Tiene además otro inconveniente -puntualizó Vanesa- Adolece de una serie de problemas intrínsecos de difícil solución. Si se utiliza deuterio en el proceso de fusión para conseguir Helio se produce una lluvia de neutrones incontrolables que se comen literalmente las paredes de los reactores. Habría que cambiarlas cada pocos años y no son baratas. La alternativa es el tritio, y este isótopo del hidrógeno no se encuentra de forma natural en la Tierra. Así las cosas parece que van a tener que ir a buscarlo a la Luna... ¡y nos quejamos de la distribución del petróleo!


-Cierto -continuó el abogado- Por otro lado, las energías renovables tampoco parecen una solución definitiva. Las placas solares sólo son eficientes en regiones meridionales, y no todos los días del año. Producen cantidades de energía relativamente pequeñas. El biocombustible amenaza con destruir los mercados alimenticios. Producen una elevación de los precios de la base de toda la pirámide nutricional humana. Suben los cereales, tanto para la alimentación humana como los piensos para los animales, por lo que sube la leche y la carne... sin contar lo moralmente cuestionable que le puede parecer a algunos que en occidente quememos la comida para movernos en coche mientras hay países que se mueren de hambre. Los generadores eólicos, por su parte, tienen un profundo impacto paisajístico y son auténticos trituradores de pájaros. Existen otras alternativas, pero en general tan sólo producen un cierto alivio en la demanda de petróleo o nuclear, pero por sí solas no podrían llevar el peso de una economía altamente industrializada. Y es esta industrialización la que está llegando a los límites de lo que la producción energética mundial puede soportar. Lo que CERES está investigando es la obtención de una nueva fuente de energía no contaminante, que dejaría en pañales a la nuclear y sería totalmente inagotable.


Desmond soltó un bufido, y los dos compañeros del CERES se giraron hacia él.


-Me cuenta todo esto como si quisiera venderme acciones de la compañía -indicó Howard.


-Sólo pretendo que sea consciente de la importancia del proyecto del que estamos hablando y de lo trascendental que puede ser esta reunión. No obstante podría intentar ser más breve.


-Oh, no se preocupe. Comparado con todas las sandeces que tengo que escuchar yo todos los días esto que dice usted tiene sentido -rió el psiquiatra, que inmediatamente cambió la expresión de su rostro como si se acabara de acordar de algo-No se ofenda, doctor Desmond -añadió.


-Por mí puede usted irse a la mierda.


-Bueno -continuó Vanesa tras unos segundos de silencio incómodo- como iba diciendo, CERES está investigando la viabilidad de una nueva forma de energía, de la que tal vez haya oído hablar, pues es un concepto que no es nuevo. Se trata de la energía de falso vacío.


-Pues me temo que tendrá que explicármela brevemente, doctora -reconoció Howard.



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Continuará...


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