Violeta (poema)
Rumor de voces,
abanicos que vuelan
sobre sedas y rasos;
el murmullo recorre la platea
y los palcos se ocupan,
lentamente.
Fru-fru de vestidos vaporosos,
miradas que recorren los dorados
de las tallas de madera,
bajo la luz titilante
de una lámpara de cristal...
Los querubines juegan
entre nubes y guirnaldas,
a atrapar al vuelo,
a una paloma.
Un amorcillo rezagado,
contempla a la orquesta,
allí abajo,
en el foso;
atriles en fila,
brillos de metal,
cuerdas y arcos...
Están tan lejos,
pero su música se eleva
hasta el cielo.
Un pesado telón
separa el mundo
del amor y la traición,
y los sueños robados,
y los héroes y villanos,
que cobran vida en el escenario.
Un salón vacío...
candelabros repartidos,
aquí y allá;
un hombre enciende las velas
mientras un coro ensaya,
tras el decorado.
Paisajes de tela,
luces dispuestas,
convertidas en el reflejo plateado
de la luna,
entrando por una ventana.
La prima donna
calienta la voz;
será su gran noche,
su debut,
en la piel de Violeta...
Violeta,
la mujer que ama,
la heroína de otro tiempo,
persiguiendo el amor,
en brazos de Alfredo.
El reloj corre,
las luces se apagan
y los querubines se esconden;
es tiempo de escuchar...
Cesa el revoloteo de abanicos
y los murmullos del público.
El director mira a los músicos
y asiente,
antes de empezar.
Suena el preludio,
sube el telón
y no existe nada,
salvo París,
una fiesta en casa de Violeta;
y todo es real,
tan real...
Noemí Valle