El final del relato, por fin. Título: El final del camino
El ladrido del perro la despertó, y cuando se incorporó en el sillón habían empezado a despuntar las primeras luces del alba. La joven se desperezó y recordó lo que le había ocurrido la noche anterior, su angustia por haberse perdido, el frío que empezó a entumecerla en cuanto se puso el sol y las dudas sobre si pedir ayuda a la anciana o no. Finalmente había sido una decisión acertada, y cualquier duda sobre si debía fiarse o no de ella se había despejado.
Se puso de pie y se frotó el cuello con la mano; había dormido con la cabeza ladeada y le molestaba un poco. Tras las ventanas probablemente le esperaba un bonito paisaje, mucho más que por la noche, tan solitario... Se asomó y comprobó que su suposición era cierta y se quedó maravillada al contemplar las montañas, al fondo, bañadas por la luz anaranjada del amanecer, y el mar de hierba moviéndose al ritmo de una ligera brisa. Era un lugar que con la luz del día parecía apacible, y de haberlo visto así, no habría pasado tanto miedo.
El perro se colocó a su lado y tocó su mano con el hocico, haciendo que ella le acariciara la cabeza. Se preguntó si la anciana se habría despertado también con el ladrido o si seguiría durmiendo. De pronto la puerta de la casa se abrió con el quejido de los goznes y la mujer entró, con unos trozos de leña.
-Hola, querida, ¿has dormido bien?-preguntó, dejando la leña junto a la chimenea.
-Sí, muchas gracias-respondió la joven, un poco sobresaltada.
-Perdona si te he asustado, es que estoy acostumbrada a salir y entrar de la casa y que no haya nadie más que mi perro...
-No, no pasa nada-respondió ella, sonriendo.
-Antes de que te enseñe el camino para volver al pueblo, tienes que tomar algo, para reponer fuerzas.
Y acto seguido, le preparó un tazón de leche y se la sirvió en la mesa que estaba junto a la ventana. La joven se sintió agradecida ante la amabilidad de su anfitriona y mientras desayunaba, se fijó en los detalles de la casa en los que no había reparado la noche anterior; en un aparador había un juego de te y unos retratos en blanco y negro, unos enmarcados y otros simplemente apoyados sobre las tazas. En una de las fotos vio a una mujer que le recordó a la que estaba en ese momento a su lado, mucho más joven, con el cabello recogido en un moño y con una blusa de encajes en el cuello. Sí, definitivamente debía de ser ella, porque tenía la misma expresión en los ojos, la misma sonrisa. A su lado, un sacerdote rodeado de niños y un matrimonio de ancianos. Le gustaron los retratos; parecían hablar, desde el otro lado de las fotografías, directamente a ella.
Cuando terminó, le dio las gracias a la anciana y se puso su abrigo. "Querida, te acompañaré, hasta llegar al camino que tienes que tomar para llegar al pueblo. No está lejos de aquí, pero no conoces la zona", dijo, cogiendo una toquilla de lana y colocándosela sobre los hombros. La joven la siguió cuando salieron de la casa, acompañadas por el perro, que jugueteaba con las moscas y se colocaba delante de ellas, como dando su visto bueno para que pasaran sin peligro, y después seguía caminando.
Atravesaron el páramo, y después alcanzaron el bosque. Allí fue donde ella había pasado más miedo y sintió un escalofrío cuando se adentraron entre los árboles centenarios, cuyas ramas apenas dejaban pasar la luz del sol. Sin embargo, el lugar era hermoso, como sacado de un cuento de hadas, al contratrio que de noche, que parecía siniestro, repleto de sonidos inquietantes, como el crujido de las ramas caídas, quebrándose con sus pisadas.
"Seguro que estarán muy preocupados por mí, me habrán estado buscando, y todo porque me empeñé en salir sola a pasear. Qué tonta he sido", pensó. En ese momento, la anciana se detuvo y le enseñó el sendero que llevaba al pueblo, el mismo que no fue capaz de encontrar. La joven sonrió y abrazó a la mujer. "Muchas gracias, se ha portado muy bien conmigo, no sé qué habría hecho si no la hubiera encontrado anoche." "No te preocupes, yo también he sido joven, por suerte estás bien." La anciana sonrió y se despidió de ella. "Bueno, no hagas esperar a tu padres, estarán asustados, sin saber dónde estás." El perro se despidió con un ladrido y los dos la vieron alejarse, caminando por el sendero.
No tardó en ver el campanario, con el nido de cigüeña y supo que ya estaba llegando. En la entrada del pueblo había varias personas preparadas para salir a buscarla, con sus padres. Cuando la vieron, estos la abrazaron, llorando y riendo alternativamente, y después de dar las gracias a los vecinos que se habían unido a la búsqueda, volvieron a su casa.
Una vez allí, ella les explicó cómo se había perdido por el bosque, aunque no había pensado en alejarse mucho, y cómo llegó al páramo con la casa de piedra. "Hija mía, menos mal..." decían ambos, mientras ella relataba cómo la mujer le había ofrecido cobijo y cómo la había ayudado a volver."Bueno, entonces deberíamos ir a darle las gracias a esa mujer, por lo bien que se ha portado contigo", dijo su padre. "Me parece muy bien, cariño, hija, ¿te acordarás de dónde estaba esa casa?" Ella no dudó ni un segundo y contestó que sí. "Cómo olvidarla, ahora sí que no volveré a perderme", pensó.
Unas horas después, los tres se encaminaron hacia el páramo, con un ramo de flores; atravesaron el bosque, con su atmósfera mágica, y finalmente divisaron el páramo y la casa de piedra, a lo lejos. "Qué lugar tan bonito", dijo la madre, que iba admirando el paisaje, con las montañas al fondo.
Cuando llegaron a la casa, llamaron a la puerta, pero nadie contestó. "Vaya, habrá salido la mujer" dijo el padre. La joven buscó con la mirada el montón de leña que había visto junto al porche, y se sorprendió cuando un hombre apareció de pronto. Se sobresaltaron. Junto al desconocido, un perro les contemplaba, y corrio hacia la chica, que le acarició la cabeza.
-¿Buscan ustedes a mi madre?- preguntó.
-Supongo que usted es el hijo de la dueña de la casa...
-Sí, ¿para qué la quieren?- el hombre les miraba con gesto de desconfianza.
-Bueno, hemos venido para darle las gracias, porque mi hija se perdió anoche por aquí, y ella fue muy amable y la acogió.
-No, no puede ser, seguro que se equivocan-dijo el hombre, bruscamente.
-No, recuerdo que estuve en esta casa y había una anciana que me dejó dormir, y que esta mañana me ha acompañado para que pudiera volver al pueblo. Y este es su perro...
Todos se sintieron desconcertados, hasta que el hombre la miró, confundido.
-No, no puede haber sido ella, niña, porque murió hace dos días.
-Pero si yo la vi, y hablé con ella, y me tapó con una manta de cuadros, y vi sus fotos...
Entonces se quedaron todos en silencio, sin saber qué decir. Y como si quisiera dar su opinión, el perro aulló con tristeza. "Yo la vi, de verdad, estuve hablando con ella, yo la vi...", balbuceó la joven.
Mientras volvían hacia el pueblo, ninguno de los tres quiso hablar. Estaban haciéndose muchas preguntas, aunque tenían miedo a responderlas. Mejor no se lo contarían a nadie.
4 comentarios:
Aha!!! Por fin esta desvelado el misterio!!!Bueno final si señor. Esta tan bien contado que me lo creo :) Fdo. luces y sombras
Me he pasado todo el tiempo preocupado pensando "verás cómo la anciana se la juega a la chica" xD has sabido mantener la tensión hasta el final
Muy chulo, mi parte favorita, cuando cuentas como soñaba en el sillón"
Saludos !
Bueno, por fin has desvelado el final. Yo creo que a todos nos ha pasado lo mismo con la anciana, que pensábamos que le iba a hacer algo a la chica.
caray niña cuánto tiempo...
prometo ponerme al dia de este relato; hoy solo dejame desearte...
Bon Nadal
besitos
julián
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