Si pudiera detener el tiempo en un momento concreto, elegiría ese día, en Benasque, con el ser más leal y cariñoso del mundo, observándome lo alto de la escalera. No solo la echo de menos a ella, mi Luna, con sus enormes ojos verdes y su nariz rosa, sino a los días felices que pasé en esa casa.
Llegado el momento en el que tengo que hacerme a la idea de que es la despedida, intento atesorar todos los recuerdos que viví allí, tan felices. Desde la primera vez que me bajé del coche y contemplé el paisaje, las montañas que custodian el valle, el vuelo de un águila, que parecía saludarme desde el cielo, el rumor del río... Respiré hondo y mis pulmones se llenaron de vida.
Recuerdo los paseos con mi abuelo, por la noche, mientras nos hablaba de su infancia, con el perfil de las montañas recortado contra el cielo estrellado, con la canción del río, los grillos y los cárabos. Mi hermana y yo escuchábamos la voz grave y llena de cariño de mi abuelo, narrando sus travesuras de la infancia, las noches en las que su madre cosía los vestidos, dejándose la vista y su primer trabajo, en una tienda de tejidos, con un jefe al que llamaban "el tío miserias".
Es imposible olvidar las tardes devorando libros en el ático, y cómo leí Las Nieblas de Avalón y La Muerte de Arturo aquel verano en el que me obsesioné con Excalibur. Quería ser la Dama del Lago y atrapar a Merlín en la cueva, con mis hechizos, admirar a Arturo y recogerle, para velarle en Avalon. Y mientras leía, soñaba despierta durante mis paseos por el bosque... Era un sendero mágico, donde solo yo veía a los seres que lo habitaban; escuchaba la brisa acariciando las hojas de los árboles, el crujido de alguna rama bajo mis pies y mi respiración. Las hadas y los duendes me contemplaban en silencio, inmóviles, para no ser descubiertos. Yo quería llegar a un claro y tumbarme en la sombra, respirar el aire fresco y cerrar los ojos por un momento y escuchar, solo escuchar... Disfrutar de la paz del bosque, despertando mis sentidos.
Mi adolescencia, con mi hermana, hablando de chicos, bañándonos en la piscina, leyendo cómics en el ático, y las excursiones, que me hicieron enamorarme para siempre de la montaña, esos momentos y los amaneceres que yo contemplaba desde el ventanal, quedarán para siempre en mi memoria, aunque la puerta de esa casa se cierre para mí, para siempre. El lugar con el que siempre soñé será el paraíso perdido, el lugar en el que quedarán los ecos de las voces de mis abuelos y los momentos felices que he pasado allí, donde me he inspirado para escribir, he amado, he cantado y he contemplado las montañas, perdida en mis pensamientos. Mis recuerdos seguirán conmigo, hasta el final.
Amalia N.Sánchez Valle