Los sueños del amor se mecen en tus besos; en los susurros, que traen tu voz cálida y me encierran en tus ojos. Te hallas en mi universo, en el templo de mi mente, habitante de mi todo... Envuelta en tus abrazos, o distante, esperando tu vuelta, desde un balcón, contemplo mi pasado como un camino que me llevó a ti. Me llamas desde tu orilla sin necesidad de pronunciar palabra y me encadenas a tus ojos; persigo tu pensamiento, atrapándolo en mis redes. Tan lejos, tan cerca, soñando con los abrazos, con tu aliento en mi cuello y las estrellas precipitándose desde el cielo. Amalia N Sánchez
Casi un año...
Tu sombra me persigue
y me miras desde tu retrato;
cápsula del tiempo,
que contiene un momento feliz,
inaprensible,
como una hoja que se lleva el viento
y solo deja nostalgia.
La culpa y las dudas
revelan mi debilidad;
qué pequeña me siento,
cuánta rabia contenida,
desde que te vi partir...
Cuánto dolor produce tu pérdida.
Me empeño en pensar
que un día te volveré a ver
en la otra orilla,
que nos reuniremos para siempre.
Yo, descreída durante tanto tiempo,
encontré el consuelo
negándome a aceptar la nada
tras el velo de la muerte.
Porque no es posible
que su oscuro manto
devore lo hermoso que nos unió...
Tú ya no estás,
pero permaneces en mí.
Permaneces,
con tu alma prendida en la mía,
velando mi sueño;
robándome una sonrisa
con tu recuerdo...
Lucero,
suave alegría de mi vida;
se apagó una noche,
con un suspiro,
entre mis brazos inermes.
Mi voz no pudo retenerla
y se quebró,
ahogada en mi garganta..
Todavía la veo,
tumbada junto a mí,
contemplando la oscuridad,
en la habitación.
Defensora fiel
de esta pobre humana
que todavía te evoca;
descansa,
al otro lado del arco iris...
Amanece
y la luz del sol
no desdibuja
las imágenes prendidas de mi mente,
nacidas de los sueños,
hijas del recuerdo
y del capricho del pensamiento...
He creado un edificio
de columnas altas
y ventanas ojivales
que filtran la luz,
como una ligero velo
que cae sobre mí;
partículas invisibles
revoloteando,
convirtiéndose en el aire que respiro...
La luz se mueve;
avanza por la estancia
y la persigo,
con una voz,
mi propia voz,
que me dice que afuera,
tras los muros de piedra,
los árboles crecen
y abrazan el cielo.
Sigo el sendero,
hasta un claro del bosque,
desde el que observo,
a lo lejos,
los muros sólidos y altos
construidos por mí...
Y la mente,
mi mente,
comprende lo que ven mis ojos,
me comprendo a mí,
mi sentimentalismo,
las imágenes de los seres queridos,
que atesoro cada día
en forma de recuerdos;
mi voz interior,
mis sueños y frustraciones,
que se proyectan como una película
ante mis ojos,
cada día.
Y los muros se llenan de hiedra,
que trepa,
llenando de vida mi mente,
mi imaginación...
Las hojas,
convertidas en deseos
escritos en los muros
de mi yo.
La luz del sol trae la vigilia,
el escondite,
las almas alejadas,
unas de otras;
Una mueca,
una apariencia de normalidad
en un mundo anodino,
mientras el yo espera su momento.
Asoma...
ya asoma entre los poemas,
al ritmo de la música interior,
entre la paz y la guerra,
la luz y la tiniebla,
el sueño y la verdad
de nosotros mismos.
La memoria, jaula de oro, dueña y señora de momentos que te atrapan en un rostro, en una voz... Viento imparable, que arrasa con todo, con un susurro en tu oído, el calor de un abrazo que ya no volverá. Juega contigo, te lleva a donde quiere, como a un niño que persigue un globo y lo pierde... Los recuerdos, perlas de un tesoro o puñales en el corazón, se mueven a su voluntad; ese segundo que te eleva o te arrastra al llanto. Momentos congelados en el tiempo que encierras en un arcón; tesoros ocultos en el fondo del alma a los que no renunciarías por nada del mundo...
Alas invisibles
que quieren volar muy alto
y se despliegan poco a poco,
para recorrer el cielo
sobre los tejados,
como un globo que se escapa
de entre los dedos...
Libre del peso de la falta de inspiración;
sin miedo al papel en blanco,
a las palabras que se escabullen
de mi mente,
como presas de mí misma
y corren por los campos verdes,
y bailan bajo la lluvia.
Son como mi voz,
expresando mis temores y sueños;
recorren el papel
como si este fuera mi alma,
con alas invisibles...
Son libres,
y yo también.
Se fue hace cuatro meses ya y perdí la inspiración. Perdí el don de la palabra, porque el dolor es grande todavía. Es tarde y no puedo dejar de acordarme de cuando escribía y ella me miraba, tumbada sobre la mesa del ordenador. Sus ojos redondos y verdes me contemplaban con placidez, mientras yo me estrujaba los sesos en ese poema que me ocupaba la mente. A veces ronroneaba y ese sonido de fondo me hacía mecerme en un estado de relajación. Y las palabras fluían, por sí solas, como ahora lo hacen las lágrimas.
Me quedé sin palabras; desde entonces las persigo, corriendo con dificultad, tras ellas, o las espero, como el que espera la llegada de un barco, para ver caminar por la pasarela a un ser querido que se fue hace mucho y se añora. Los duelos me nublan la mente, tal vez... Mi duelo por Luna me ha dejado muda, sin poemas, con un corazón que tiembla cuando digo su nombre. Y mi cuaderno, huérfano de mis palabras, espera que vuelva a escribir, derramando historias en tinta.