La despedida
Sonó la campana y los llantos de quienes seguían la comitiva fúnebre se hicieron más angustiosos. La mujer había muerto la noche anterior, durante la tormenta que había destruido el antiguo puente.
El cuerpo, en su mortaja, había dejado atrás los dolores de la enfermedad y la vejez, y ya solo era el continente vacío de una mujer que había vivido para sacar adelante a su familia. Ahora, sus hijos lloraban su ausencia y todo el pueblo la acompañaba en la despedida, caminando lentamente tras la caja, que iba recorriendo las calles destartaladas del pueblo. Las casas grises de dinteles bajos y tejados de pizarra que la habían visto crecer, la veían marchar despacio hacia el pequeño cementerio, fuera de las murallas.
El viento mecía los cabellos de los vivos y parecía golpear la caja de la mujer, como si se hubiera empeñado en despertarla de su sueño eterno. Los llantos se confundieron con los aullidos del viento, y los árboles dijeron adiós con sus manos, mientras las ruedas del carro chirriaban, como quejándose.
Desde el camino, alguien observó a la comitiva, alejándose de las murallas, hacia la colina del cementerio. Contempló los árboles cimbreándose por el viento, y las pequeñas cruces bajo las que descansaban los antepasados. Ahora le tocaba a ella. "Han venido todos", pensó, orgullosa. Caminó hacia el camposanto y observó dónde la iban a colocar. "Bien, allí me dará siempre el sol". Después se despidió con un beso incorpóreo de sus hijos, quienes miraban cómo la tierra se tragaba el ataud, entre sollozos, y comenzó a alejarse del lugar, perdiéndose, al otro lado de la colina.