Ovidia
Por muchos años que hubieran pasado, ella siempre me sonreía cuando nos encontrábamos por la calle, o en ese concierto, en el Auditorio Nacional. Aquella tarde, nos saludamos en el vestíbulo, con su programa del concierto en la mano; estaba tan elegante y guapa, como siempre. Su sonrisa seguía inalterada, como cuando estábamos en el aula, tanto tiempo atrás.
En ese momento me vinieron a la memoria tantos días escuchándola dando sus lecciones, junto al encerado, con su voz pausada, mirándonos con ternura, con el libro en la mano. Sobre todo, recordé el cariño con el que me habló mis primeros días en ese colegio, en mitad de curso. Me sentía asustada, apenas me atrevía a hablar, como un animalillo que se queda quieto, esperando pasar desapercibido. Consiguió que esa niña tan tímida, a la que le costaba sentirse segura, confiara en ella, en sus consejos y en sus lecciones. No necesitó más que su sonrisa, su mirada serena y su comprensión, para que dejara de sentir miedo a las burlas. Vio en mí lo que nadie, ni yo misma, era capaz de percibir.
Siempre recordaré cómo cogía su espejo del bolso y se ponía el pintalabios y nosotros la contemplábamos por un momento, con el lápiz en la mano, mientras hacíamos las cuentas. Ella nos miraba y volvíamos a las divisiones, sin necesidad de que dijera nada. Solo nos regalaba una sonrisa tierna.
Se ha ido en paz, como ella merecía, con el cariño de su familia y los que la queríamos, la lloramos... Dejó su huella en este mundo, siendo buena persona, una maestra que no necesitó gritar ni ridiculizar a nadie para mantener la disciplina y que siempre vivirá en mi corazón y en mi memoria. Nunca desaparecerá, porque nos sirvió de ejemplo a muchos, que aprendimos que el cariño y la comprensión hacen milagros. Mi maestra, tan importante para mí, en un momento en el que me sentía perdida, que me recogió y me dio el aliento para no rendirme y por la cual, cada día busco aprender algo nuevo, porque fue capaz de advertir en mí mi sed de conocimientos.
Todos mis logros se los dedicaré a ella, recordaré su sonrisa y sus palabras; tal vez ahora, allá donde esté, me vea escribir y recuerde a esa niña que siempre estaba soñando con mundos de fantasía y le hacía tantas preguntas. Entonces sabrá lo importante que fue ella para mí, como para tantos alumnos que la queríamos y que nunca la olvidaremos, porque nos dejó una honda huella.
Gracias, mi querida Ovi, por todo lo que me enseñaste y por tu cariño. Hoy lloro, pero siempre vivirás en mí...
Amalia N. Sánchez Valle