Highlands (5) Relato
Siento la tardanza en escribir la continuación, pero he estado muy liada y no he podido hasta ahora. Ahí va:
Unos pasos se aproximaron a la puerta y me acobardé; comencé a mirar a un lado y a otro, por si encontraba un lugar en el que esconderme, pero fue demasiado tarde. El quejido de la madera sobre los goznes me sobresaltó y me quedé sin respiración por un momento, en el que pude escuchar los latidos de mi corazón. Mi mente se quedó en blanco cuando me encontré ante una anciana de aspecto venerable y voz dulce. No serviría de nada inventarse una excusa barata para poder entrar en el castillo, como tal vez habría hecho alguien con más desparpajo que yo. De pronto, mis reflejos se habían paralizado completamente.
-Buenas tardes, ¿desea entrar, señorita?- dijo ella, mirándome como si mi presencia allí fuera esperada.
-Eh, yo... bueno, sí, si se puede...-mi voz sonó totalmente infantil, y me sentí estúpida. Ya me imaginaba lo que pensaría aquella anciana de mí, una curiosa que se queda atontada, y que no es capaz más que de balbucear.
La mujer me dio paso a un enorme vestíbulo apenas iluminado por la débil luz de dos quinqués, que titilaban proyectando sombras caprichosas en los recios muros de piedra. Se encontraban sobre un mueble de madera maciza, que hacía juego con un banco de aspecto incómodo, aunque bonito, con tallas en el respaldo. "Sígame", dijo la anciana. Llegamos a una biblioteca presidida por el retrato de un caballero, ataviado con el traje éscocés, que acariciaba la cabeza de su perro. La chimenea estaba encendida y sentí todo el calor en el rostro, cuando me acerqué a ella, mientras seguía a la mujer. Me fijé en los altos techos, cubiertos de madera y en las ventanas, de estilo gótico. Parecía un lugar perfecto para perderse en la lectura de los volúmenes que abarrotaban las librerías.
-No es usted de aquí, ¿verdad?-dijo ella, mientras se detenía delante de unas escaleras imponentes y que yo miré, embobada.
-No, estoy de viaje...
-Ah, excelente, ¿le gusta Escocia?
-Sí, mucho.
Mis rodillas seguían temblando, a pesar de la cordialidad con que me estaba tratando la anciana, y me parecía estar viviendo una situación muy extraña; allí estaba yo, en el interior de un castillo particular, como una intrusa, y la mujer parecía verlo como algo normal, como si estuviera acostumbrada a que personas impulsivas como yo se dedicaran a hacerles visitas.
-Sepa que este castillo se construyó en el siglo XVIII, y que no ha cambiado de dueños nunca, de lo que se enorgullece nuestra familia.
-Eso es estupendo, supongo que será difícil mantenerlo en tan buen estado...
-Bueno, es nuestro patrimonio, debemos mantener lo que nuestros antepasados nos legaron, generación tras generación.
Me fijé en la anciana, de actitud amable y aspecto noble. Se parecía mucho a una joven que estaba retratada en uno de los cuadros que había en uno de los muros. "Probablemente sea ella", pensé. En ese momento debió de leerme el pensamiento, porque se colocó junto a la pintura y su rostro se iluminó con una sonrisa. "Esta era yo, antes de casarme, hace tantos años..." Yo sonreí también y me fijé en el resto de los retratos.
-Déjeme que le enseñe el resto del castillo. No verá otro mejor conservado que este-dijo, señalándome la sala contigua.
Continuará...